El Gatopardo, Luchino Visconti, 1962
Burt Lancaster, interpreta magistralmente al Príncipe de Salina, una región italiana donde ejerce el principado cuyo escudo de armas está representado por un leopardo.
En la religión y su forma de orar repetida y reiterativamente en un idioma no nativo, el latín, a través del rosario a la Virgen, se estrechan los lazos de comunicación de una familia de 7 hijos, una Madre y un Padre acompañados de muchos sirvientes. Las familias italianas son numerosas, incluso las aristocráticas del siglo XIX (1860), rodeadas de arte en cuadros, y esculturas, fastuosidad y comodidades propias del palacio del noble que hereda genéticamente su poder.
Tancredi, interpretado por Alain Delon, es el sobrino del príncipe, que se une a la revolución del pueblo con ayuda monetaria que le dá el príncipe para “ que no pase problemas en ella “; el pueblo se toma el poder con un ejército rojo, lo que no evita que el príncipe y su familia tomen sus vacaciones en el Palacio de Donnafugatta, ayudados por Tancredi quien es un miembro que ha trabajado por la causa y disfruta sus vacaciones aunque el polvo del camino y de la vida que pasa los vaya dejando inmóviles y gastados.
Luego de aliarse con el pueblo, Tancredi cambia de rumbo y se une a las tropas oficiales azules que apoya la nueva clase política y comercial , que no tiene títulos ni abolengos pero que tiene dinero producto de “ buenos negocios “. Todo parece readecuarse cuando Tancredi se enamora de Angélica, la bellísima hija de Don Calogero, el nuevo dueño del pueblo, quien maneja a su antojo las decisiones políticas del pueblo. Angélica, interpretada por una joven Claudia Cardinale, seduce con su belleza a todos, viejos y jóvenes, aunque sus carcajadas no sean bien recibidas.
En el baile de presentación de Angélica, se unen oficiales azules, ricos, burgueses, nobles y no tan nobles y se llena la sala de una alegría que de ser tanta, parece ficticia, mientras afuera, los otros, los que no están invitados al banquete continúan su lucha, e incluso mueren por ella.
El príncipe simbolizado como gatopardo, que no es león, ni gato, ni leopardo, deja clara su tristeza en el paso por el camino que recorre a pie para despedirse de lo que alguna vez fue su territorio.
Ni la religión, ni la política pueden dar resguardo al animal cultural que fue la aristocracia y sus títulos dotados por la Naturaleza, por lo genético, por lo que se hereda a través de ser “hijo de “.
¡Una nueva Cultura sin Madre, desligada de lo Natural, se impone….!
Elizabeth Acero Matallana
Cine Club Mister Meebles.
Mayo 2 de 2011
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