jueves, 10 de noviembre de 2011

Entre el placer y el displacer

François Truffaut, Entre el Placer y el Displacer



La infancia, la mujer, la familia, el amor de pareja, el amor a los hijos, la cultura y lo moderno, son los temas centrales de la obra cinematográfica de François Truffaut. Desglosaré, a partir de la infancia, algunos de estos temas que desarrolla en sus películas, hasta su temprana muerte, cuando apenas comenzaba a Vivir(1), a la edad de 52 años.

La infancia es contada a partir de su propia historia, en la que podría ser su mejor película, Los Cuatrocientos Golpes (aunque nunca sabremos porqué el número de golpes, podrían ser mil, o quinientos). Físicamente, literalmente, hay una bofetada del Padre-padrastro cuando el niño es descubierto en la mentira que justifica su ausencia del colegio: -Ha muerto mi madre-, dice el niño a manera de excusa. ¿Y no es acaso la muerte de la madre y del padre, el paso necesario para salir de la infancia? ¿No es la ausencia de la madre, la que nos hace simbolizar su presencia y registrar el ingreso a la cultura, al lenguaje?

El lenguaje que nos atrapa con los bordes de cada palabra, el que buscamos siempre en las lecturas, de Balzac, o en los libros que se incendian en fahrenheit 451, o la palabra que esperamos oír y no llega, la madre que nos abraza y se ausenta para que sea el motor de nuestra eterna espera. Y corremos agitados en su búsqueda inefable, indescifrable, hacia lo profundo, lo inmenso, el mar soñado. Cuando vemos la palabra “Fin” y nos mira Antoine (el niño), él sabe que lo vemos, pero él no nos ve; él sabe que se desnudó ante el otro y quiere recoger esa mirada, la mirada ajena. Y así salimos de la infancia, o de los golpes que nos acercan al otro para encontrarnos.


La mujer (Christine), ese otro, que no es la madre, pero en la que siempre la buscamos; a quien le robamos unos besos, los mejores, porque tenemos la ilusión que los robamos; pero que una vez hacemos domicilio con ella, con el yugo de ella (con-yugal), nos damos a la fuga, para seguir buscando la piel suave de ese objeto perdido, de esa ausencia que nos mata y nos llena de deseos de vivir.

Y recordamos que los niños son más fuertes que lo que creemos, que tienen la piel dura y los golpes que reciben no siempre son aliento para salir al encuentro del otro; que llevamos un pequeño salvaje en nuestro corazón, del que jamás logramos olvidarnos; que siempre se retorna al agua, a la lluvia, al nacimiento y renacimiento de nuestra búsqueda del otro o de nosotros mismos.

Como Adela Hugo, que huye del Padre, para buscarlo en aquel que simplemente lo sustituye, para rechazarla, ser de otra, estar con otra. Sin embargo, insiste en su lucha de encuentro hasta llegar al desencuentro liberador, al oscuro objeto del deseo (2), que simplemente es la búsqueda incesante de aquello que no podemos alcanzar.




Texto de:
Elizabeth Acero Matallana

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